miércoles, 16 de septiembre de 2009

AYER Y HOY

Hace ya unos cuantos años que el que suscribe pudo disfrutar de un sistema educativo que, a pesar de sus muchas carencias, opino que resultaba eficaz y casi eficiente.
Recuerdo que en las aulas por donde transcurrió mi educación básica, compartíamos penas y glorias más de una treintena de compañeros y amigos a los que nos supieron hacer entender (en casa y en la escuela) que toda organización debe estar sustentada en una determinada jerarquía, donde existen unas normas que todos deben cumplir. No recuerdo haber recibido ni un solo cachete a lo largo de esos años. Recuerdo padres y profesores ocupando sus complicados puestos en el esquema educacional. Siempre dialogantes y razonables. No recuerdo a mis padres recriminando a mis profesores después de haber escuchado única y exclusivamente mi versión a cerca de determinados hechos. No recuerdo a mis padres, ni a los padres de mis compañeros, justificando nuestras actuaciones utilizando como bandera una muy mal entendida libertad.
A pesar de las muchas carencias de nuestro sistema, ninguno de nosotros sacó la preocupante conclusión de que todo es tolerable. Ninguno de nosotros pegó jamás a un profesor (salvo alguna deshonrosa excepción que me costaría un poco recordar).
No caeré en el tópico de decir que éramos diferentes, mejores. Diferentes son los tiempos que nos ha tocado vivir a cada uno de nosotros. No voy a culpar a las nuevas generaciones de determinados comportamientos y formas de pensar, pues éstos son la consecuencia de la evolución social. Creo que la culpa debe recaer sobre el sistema en su totalidad. Nos estamos equivocando.
Aludiendo al actual sistema educativo, y por lo que conozco en lo referente a su funcionamiento, sí que puedo sacar alguna conclusión. Opino que este sistema enseña a los niños que el esfuerzo para obtener determinados resultados es algo facultativo. No me viene a la memoria que ninguno de mis amigos consiguiese superar un curso con una cantidad escandalosa de asignaturas pendientes. Esto, traducido al mundo real de los adultos, nos va a garantizar generaciones y generaciones de personas que considerarán inopinable el derecho a ganarse la vida sin mover una sola pestaña.

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